martes, 27 de diciembre de 2011

La nueva Cruzada

¿En 2020 los turistas que visiten Paris irán a ver la mezquita de Notre-Dame y el minarete Eiffel? A causa de una inmigración masiva y de la dhimmitud oficial de los dirigentes europeos, los musulmanes realizan hoy lo que no lograron hacer los tiempos de su expansión inicial: conquistar Europa.

Europa se está islamizando a una velocidad tal que incluso el historiador Bernard Lewis, uno de los más prestigiosos orientalistas vivos, declaró hace unos años en una entrevista al diario alemán “Die Welt” que “Europa será musulmana antes del fin de este siglo”.

Posiblemente lo sea bastante antes. De persistir las actuales tendencias, Francia, Bélgica, Países Bajos y otros países de Europa occidental podrán tener mayorías musulmanas hacia la mitad del siglo en curso. Mientras tanto, esas minorías musulmanas en rápido crecimiento se vuelven cada día más autoritarias, reivindicativas y perturbadoras.

Europa cosecha lo que ha sembrado. Europa empezó hace unos treinta años a tomar la vía del apaciguamiento, del compromiso y de la abdicación cultural frente al islam a cambio de beneficios políticos y económicos de corto alcance. En efecto, asistimos entre el asombro y la alarma a la transformación acelerada y casi sin obstáculos, de la vieja y brillante Europa en un continente de cultura híbrida árabe-europea, una aberrante e imposible simbiosis islamo-”cristiana” (con comillas, evidentemente, que de cristiana, nuestra cultura lo es cada vez menos) destinada a la catástrofe.

La situación en Europa se ha vuelto inquietante y urge hacer algo. Tal vez sea necesaria una nueva cruzada, pero de una especie diferente a las llevadas a cabo en la Edad Media. ¡Palabras intolerables e incluso criminales para la actual mojigatería bienpensante que domina nuestro triste y acomplejado panorama intelectual y espiritual! Pero teniendo en cuenta que las Cruzadas fueron ante todo una defensa contra el imperialismo islámico, una nueva cruzada, en esa perspectiva no solamente es posible sino deseable.

Estamos ya encaminados a una guerra entre dos conceptos radicalmente diferentes e irremisiblemente incompatibles en la manera de gobernar un Estado y administrar una sociedad, y ese combate Occidente no tiene excusa alguna para no emprenderlo. Europa tiene mucho que defender, y lo puede perder todo si no abandona pronto esa suicida pasividad y arrincone definitivamente esos equivocados complejos y falsas culpas que inmovilizan a todo un continente anulando todo instinto de conservación y toda voluntad de permanecer. En efecto, la lucha contra la sharia no es otra cosa que la defensa de los derechos humanos (una idea nacida en Occidente y negada por el islam) y de todos los logros y conquistas de la civilización europea. Todos en Occidente, creyente o no, cristiano o ateo humanista debería admitir que este es un mundo y unos valores que merecen ser defendidos, y que Europa es una idea, y no cualquier idea, que debe perdurar.

Lo que debemos hacer no es una “guerra contra el terror” (como nos dicen los políticos que no ven más allá de las próximas elecciones y de sus mezquinos intereses partidarios) y nos alecciona su rastrero servicio doméstico, prensa y demás “intelectuales” de régimen. El terror no es el enemigo, es el arma, una de ellas, del enemigo. El terror es una táctica, no el adversario. Llevar adelante una guerra contra el terror es como hacer una guerra contra las bombas: es confundir el arma del enemigo con el enemigo mismo. Y no conocer al enemigo por ignorancia, ceguera o cálculo político es un error mayúsculo. Reconocer sin dudas ni titubeos que estamos frente a una nueva jihad es el primer paso en la vía para combatir a nuestro enemigo. Los jihadistas le han declarado la guerra a Occidente y a otras naciones no musulmanas. Todo lo que tenemos que hacer es reconocer al enemigo tal como él mismo se ha definido y declarado.

Los europeos y los demás occidentales deben tomar conciencia que están frente a una ideología totalitaria, conquistadora y expansionista, y actuar en consecuencia. Deben también empezar a renunciar a los dogmas actuales de lo políticamente correcto que les atan de pies y manos ante sus agresores y le ponen a merced de sus verdugos. Los efectos deletéreos del multiculturalismo han generado un odio suicida hacia Occidente entre las actuales generaciones. Hay que erradicar esa nefasta ideología antieuropea y contraria a las propias leyes de la naturaleza de los manuales escolares y de la cultura en general. La cultura occidental ha producido unos derechos humanos casi universalmente aceptados (menos por el mundo islámico) y unos adelantos tecnológicos que han sobrepasado los sueños más optimistas de las generaciones pasadas y muchas cosas más. Sin embargo, nuestros dirigentes y nuestros educadores nos dicen que debemos avergonzarnos de nosotros mismos.

Es tiempo de decir “¡Ya basta!” y enseñar a nuestros hijos que hay que estar orgullosos de nuestra herencia. Que sepan que poseen una cultura y una historia de las que deben estar agradecidos, que no son hijos ni nietos de criminales y opresores, que nuestros hogares y nuestras familias y la tierra en que reposan nuestros muertos, regada por la sangre, el sudor y las lágrimas de tantas generaciones que han hecho lo que somos y han creado aquello que hoy disfrutamos y estamos a punto de perder, merecen la pena de ser defendidos contra aquellos que quieren privarnos de todo lo nuestro y están dispuestos a matar para conseguirlo.

Llamemos a esto una cruzada.


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